martes, 19 de noviembre de 2013

Curiosidades de la ciudad donde vivo

Es cierto que cuando pasa el tiempo y vives en un mismo sitio, todo lo que te asombró o conmovió cuando lo viste por primera vez, comienza a hacerse parte de tu vida y aunque no pierde el encanto, quizás ya no logra emocionarte tanto. Una de las cosas que siempre me he propuesto, a veces no lo logro, por supuesto, es no perder mi capacidad de asombro. Fue una de las razones por las que comencé este blog.

Hace pocos días me vino a la mente las primeras curiosidades que encontré en la ciudad donde vivo actualmente, Plasencia, y hoy he querido reunirlas todas en un ejercicio de memoria, no sólo para ustedes, sino para mí también.

La casa de las dos torres sólo tiene una

La Casa de las dos Torres al fondo, puede verse claramente que sólo tiene una torre
Se trata de la casa palacio más antigua de la ciudad. La mandó a construir el Abad de Santander, Pérez de Monroy, de allí que su nombre sea Palacio de Monroy. De su fachada original, del siglo XIV, se conservan apenas su portada con dos leones bastante chatos y una de sus hermosas torres, porque la otra, lamentablemente, no existe. 

Cuentan que a raíz de aquel Terremoto de Lisboa de 1755, en la torre apareció una enorme grieta, por lo que muchos dieron por perdida la estructura, sin embargo ahí se mantuvo firme varios años más, hasta que algún experto decidió que era hora de tirarla al suelo, y así lo hicieron. Aunque dicen que los que trabajaron en eso dijeron que aquello no lo hubiera tumbado ni otro terremoto. La casa se quedó con una torre y es hermosa, y paso obligado de los turistas, y todo el mundo sigue llamándola “la casa de las dos torres”.

Ah, lo más importante que ocurrió en esa casa –aunque la Historia afirme que fue el nacimiento de María la Brava- fue que allí logró Fray Bartolomé de las Casas que el Rey Fernando de Aragón aceptara por fin el hecho de que los indios “tienen alma”.

Mira las fotos 

Santo Domingo no se llama así

Las primeras veces que fui a visitar El Parador recorrí media Plasencia para ir a un sitio, que por otra ruta hubiera llegado en apenas 15 minutos. Sí, me perdía, me perdía mucho, y como no conocía a nadie preguntaba todo el tiempo dónde quedaba el Parador. Y algunos me respondían: “en Santo Domingo”. Es decir, al lado del Palacio de Mirabel y en el antiguo convento de San Vicente Ferrer.

A mediados del siglo XV, la familia Zúñiga, dueños del Palacio de Mirabel, tenían un hijo que estaba enfermo y encomendaron a San Vicente Ferrer su curación, a cambio construirían en su honor el convento más grande que pudieran. El niño sanó y la construcción se llevó a cabo sobre los antiguos terrenos de la judería placentina. El convento recibe el nombre del santo, y a él van a residir monjes de la Orden de los Dominicos. De allí que se empezara a llamar Santo Domingo, nombre que aún hoy se utiliza, aunque su nombre oficial es Convento de San Vicente Ferrer.

Y ahora luce allí el Parador, enorme y hermoso, con sus túneles y sus fantasmas. Y al lado, la iglesia que sirve para acoger los pasos de la Semana Santa placentina. Una iglesia en cuya fachada, hacia los lados del altar, se pueden ver dos pequeñas puertas, las que utilizaba Leonor de Pimentel para pasar de su palacio a la iglesia que ella misma había mandado a construir.






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